La bombilla que emite luz roja se ha apagado en la cabina de Radio
580.
El programa en vivo de la mañana ha terminado.
Mientras Carlos Salgado, locutor y periodista recoge sus cosas, Marcela Rivera pone rubor en sus mejillas.
Mientras Carlos Salgado, locutor y periodista recoge sus cosas, Marcela Rivera pone rubor en sus mejillas.
La jefa de prensa de esta emisora ha terminado los rápidos
retoques en su rostro y enérgicamente se levanta, con una sonrisa
alegre, se despide del controlista jocosamente con un «adiós amor».
Se
dirige a la recepción del pequeño local, donde distribuye tareas a los
trabajadores y anuncia su ausencia por varias horas.
Aborda el auto, y todo ahí es otro mundo.
Una mezcla rara de
humor y seriedad.
Se dedica un momento a las bromas, otro a las risas,
chistes improvisados y de repente a Rivera se le escucha acomodar su
agenda del día.
De repente la alta velocidad con la que se traslada a su destino
le trae un recuerdo, dice a su acompañante que si maneja demasiado
rápido, es porque lo aprendió y se hizo una costumbre desde que fuera
reportera en Canal 10.
Ella era la única periodista que tenia designado
un camarógrafo que no podía conducir.
Hemos llegado al retén de la policía que se encuentra en la
entrada de la Asamblea Nacional.
Presenta su identificación, la dejan pasar y busca un lugar seguro para parquear su carro.
Presenta su identificación, la dejan pasar y busca un lugar seguro para parquear su carro.
El poder económico, político y los medios de comunicación están
congregados en un solo lugar, pero esto para Marcela es tan normal, pues
desde aquel octubre del 2003 cuando llego por primera vez, todo fue
diferente y lo que en un comienzo fue un cambio para ella hoy es tan
normal que solo entra y pasa a tomar parte de la dinámica del lugar.
Se abre espacio en aquel lugar atestado de personas y si como si
tal se tratase de una prueba de obstáculo, se le ve pasar por debajo de
las cámaras, esquiva los micrófonos de un canal y otro, y a su paso
reparte besos y abrazos a sus camaradas de los diferentes medios de
comunicación nacional.
De repente uno de ellos dice ahí viene ahí viene. Se trata de
Evertz Cárcamo.
Todo se agita rápidamente, cámaras, grabadoras,
micrófonos, flash que ni se conoce su origen.
Marcela queda atrapada en
el tumulto, luego de conseguir la información, busca como salir de la
bulla.
Nuevamente se crea otra entrevista informal, ahora se trata del
diputado Eliseo Núñez. Todos los periodistas corren y Marcela también lo
hace. Núñez responde y crítica a Edwin Castro.
Marcela retorna a buscar su silla y quiere la entrevista de
Castro para poder contraponer ambas entrevistas. Siguen las bromas y
chistes, pero en cuanto ve pasar a una de las edecanes, la detiene y la
saluda.
-Hola Rosy, amor anda llama a Castro y me le decís que si nos
puede responder a varios periodistas unas cositas- le dice en tono
amable.
La mujer obedece. Pero regresa con malas noticias pues Castro dice que no va a responder a ofensas de vulgares.
Marcela siempre está atenta del acontecer en ese lugar, porque a
como señala: «es un foro en vivo y muy técnico, o pones atención o te
quedas».
De repente una parte de la gente se mueve, y Rivera pregunta: ¿A
dónde van todos? Un camarógrafo que sale también corriendo le dice es
Castro, va para el salón Guardabarranco.
Se levanta rápidamente y se lanza a la maratónica carrera para
conseguir la entrevista del día. Rivera logra alcanzar la bulla, pero es
imposible el diputado camina a paso veloz y se rehúsa a responder a las
preguntas que le hacen.
Sin lograr conseguir la opinión de Castro, regresa cansada al
hemiciclo.
Mientras espera que termine la sesión, todo sigue normal.
Unos diputados duermen, otros dialogan y por otro lado unos contestan
llamadas.
Como lo describe Marcela: «es un mundo abstracto».
De la mesa que preside la Asamblea se escucha la voz que dice: se
levanta la sesión.
Todos, incluso los diputados que estaban
adormilados, se ponen de pie.
Otro día de trabajo en este lugar ha terminado. Marcela junto a
Carlos, su colega inseparable, comentan todo lo que pasó.
Recorren el
mismo camino que los lleva de regreso a la radio.
Marcela dice que durante sus 17 años de ser reportera y los cinco
de estar cubriendo la Asamblea ha aprendido a estar informada de cosas
que realmente son importantes en la vida de los nicaragüenses.
Quiere
ser recordada. «Por lo menos que digan era insoportable, era hablantina,
era pleitista», comenta y suelta una carcajada.
Para Marcela ser periodista es parte de su vida, y aunque a su
hijo no le gusta lo que hace, ella dice amar su trabajo.
A pesar sus
labores como madre, locutora, docente, reportera y editora de un
noticiero, no se nota el cansancio. Se le ve animada y alegre como
siempre.
Publicación LA BRUJULA 1ro de Marzo 2012
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