Con frecuencia se oye decir que la lectura de un libro, la asunción de una determinada realidad o una experiencia exaltada puede transformar para bien a quien de cerca lo toca. Que tal o más cual cosa «me convirtió en mejor persona», que haber sorteado la adversidad o presenciado un desgarramiento «me hizo mejor ser humano» son expresiones embebidas de franqueza.
Desconfiar de estas posibilidades sería negar el crecimiento interior frente a lo adverso, que es estímulo mayor para que espiguen las virtudes. Haberla pasado mal, presenciar la desgracia ajena, saber de alguna injusticia, resultan experiencias que por natural instinto buscan escape y con él algo bueno procura establecerse.
Cierto es que hay golpes –fracasos, reveses, decepciones– «como del odio de Dios», pero habrá que oxigenar la sima donde se ha caído. Tras tocar fondo la inercia agita y la superficie espera al sumergido que otra vez emprende vuelo. Lo que no mata vigoriza y del chasco se puede salir más resuelto de lo que se estuvo. Los miedos menguan, la usanza anida, y se llega a entender que los rumbos tienen tras los derrumbes, despegues.
Erguirse dignamente, guerrear a brazo partido para no incurrir, saborear la dulzura del revés, absorber las enseñanzas, incorporar la precaución, lo hará mejor persona. Le elevará la talla lo inesperado que lo marcó, lo que bajo ningún concepto quiere que se repita, aunque no le sea propio.
El verdadero mejoramiento solo será posible si antes de lo intempestivo se es ya noble; si dentro de sí está la mansedumbre. Sin bondad no hay mejoría porque ser mejor es superar lo bueno. Habrá primero que trocarse en generoso y a serlo se debe aspirar siempre.
Nadie nos proveerá de un ramo de recetas para ser alma de altura. Cada cual tendrá que tomar sus propias notas y escoger quién quiere ser.
Todo lo que alcanzan nuestros ojos permite el ejercicio. Para que otro ser –o el mensaje del arte, la hostilidad inevitable o el mismo bien– consiga hacernos mejores tendremos primero que habernos exigido integridad. La tarea es personal y empieza desde mucho antes que el suceso, libro, fatalidad o ventura venga a saber si puede mejorarnos. Procuremos dimensiones tales que, sin pretender la perfección, ganemos la condición que se precisa para ir en busca de lo grande.
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