Félix Rubén García Sarmiento

Félix Rubén García Sarmiento, mejor conocido como Rubén Darío, nació el 18 de enero de 1867 en San Pedro de Metepa, Chocoyo, Nicaragua, aunque un mes después de su nacimiento se fue a vivir a León con su madre, Rosa Sarmiento, y su padre, Manuel García.

Tuvo una hermana que se llamaba Cándida Rosa, que se malogró enseguida, pronto su madre abandonó al padre del poeta quien era alcohólico, yéndose a vivir a una pobre casa hondureña de San Marcos de Colón, reseña el sitio “biografiasyvidas.com”.

Sin embargo, el pequeño Rubén regresó a León con los tíos de su madre, Bernarda Sarmiento y su marido, el coronel Félix Ramírez, quienes perdieron a una hija, por lo que lo acogieron como sus verdaderos padres.

Sus estudios los realizó con los jesuitas, a los que dedicó algún poema.

En aquella etapa de juventud, cultivó la ironía influida por Bécquer y Víctor Hugo, y según confesó en su “Autobiografía”, una maestra de letras lo castigó al sorprenderlo con "una precoz chicuela, iniciando indoctos e imposibles Dafnis y Cloe… detrás de la puerta".

En 1882, Darío se encontraba en El Salvador, donde fue recibido por el presidente Zaldívar, a quien le expresó sus ambiciones burguesas y sobre lo que escribió más tarde.

En Chile, conoció al presidente suicida Balmaceda y trabó amistad con su hijo Pedro Balmaceda Toro.

Con poco dinero, el joven escritor se alimentaba en secreto de "arenques y cerveza", para poder vestirse decentemente. Publica “Abrojos” (1886), una serie de poemas que hablan del triste estado de poeta pobre e incomprendido, y del desamor que sufrió por Domitila.

Cuentan que escribió “Otoñales” para un concurso literario convocado por el millonario Federico Varela, del cual obtuvo el octavo de 47 originales presentados. Con su “Canto épico a las glorias de Chile” obtuvo el primer lugar junto con Pedro Nolasco Préndez, así como la módica suma de 300 pesos.

Desde sus años en Centroamérica y en Chile, Darío tuvo una fuerte conexión con el espiritualismo ocultista y con las prácticas de la parapsicología y el hipnotismo. 
 
Al recordar su estancia porteña, Darío nos relata en uno de los capítulos de su autobiografía: «Con Lugones y Piñeiro Sorondo hablaba mucho sobre ciencias ocultas. Me había dado desde hacía largo tiempo a esta clase de estudios, y los abandoné a causa de mi extrema nerviosidad y por consejo de médicos amigos. 
 
Yo había desde muy joven tenido ocasión, si bien raras veces, de observar la presencia y la acción de las fuerzas misteriosas y extrañas que aún no han llegado al conocimiento y dominio de la ciencia oficial». (OC, I, 133).
 
 Esas mismas «fuerzas extrañas» a las que alude Darío son las que servirán de título a las prosas de Lugones recogidas en Las fuerzas extrañas (1906), de cuya veta esotérica dio cuenta Marini-Palmieri.
 
 Cuando después Darío llega a París busca al famoso ocultista rosacruz Gerard Encausse («Papus»), jefe y maestro del «Grupo Independiente de Estudios Esotéricos». 
 
Trata con él junto a Lugones y hasta presencia sus experimentos ocultistas.
 
 Allí constata Darío los escritos de Alphonse Louis Constant («Éliphas Lévy»), Joseph Péladan, Edouard Schuré y otros ocultistas. 
 
También todo ello estará presente en su obra, desde relatos como «El caso de la Señorita Amelia» hasta El mundo de los sueños, textos publicados en La Nación desde 1911.
 
 Para entonces florece ya la literatura teosófica en todo el mundo hispánico. Desde París y Londres arrancan buena parte de las organizaciones ocultas ligadas a la masonería.
 
 En Francia hallamos órdenes calificadas como heréticas: logias ocultas, movimientos templarios, cabalistas, rosacruces, martinistas y otras denominaciones que entran por diversas vías en el imaginario modernista.
 
 A todas ellas miran con sorpresa Darío y los modernistas bajo el influjo de lo raro y lo oculto en Osear Wilde, Edgar Allan Poe o Maurice Mateterlinck. 
 
Ya en 1870 Buenos Aires presencia la fundación de su primera sociedad espiritualista y para 1893 se instituye la primera cofradía «Rama Luz» de la Sociedad Teosófica Argentina, conectada al movimiento de sociedades teosóficas inauguradas en Nueva York por Helena P. Blavatsky, figura clave que había entusiasmado a los modernistas. 
 
Lo mismo podemos decir de Edouard Schuré y su obra Les Grands Initiés (1889). La prensa finisecular porteña publica ya entonces artículos sobre ocultismo y La Nación, donde trabajarán Darío o Lugones, recoge ya desde 1875 anuncios o noticias sobre ciencias adivinatorias o avisos publicitarios de magnetizadores, adivinos, ciencia herméticas, alquimia, parapsicología, mesmerismo, demonología, faquirismo, espiritismo, fascinadores y otros particulares. 
 
Lo mismo ocurre con revistas porteñas como La Biblioteca, de Paul Groussac y que Darío conoce bien.

En España, la cosa no resultaba tan abierta, aunque ya desde 1893 se constata la aparición de boletines teosóficos (por ejemplo, Sophía) o la incorporación a la Sociedad Teosófica Española de personajes como Mario Roso de Luna, masón y amigo de Ramón del Valle-Inclán, y cuya vida y obra cabe enmarcar en el gusto por lo oculto wagneriano (presente también en Darío) y con nombres como los catalanes Xifré Hamel y Francisco de Montolíu. 
 
En ese círculo esotérico aparecen nombres modernistas como Santiago Rusiñol, Alejandro de Riquer, Eduard Todá o Antonio Gaudí. En la masonería Darío y los modernistas buscan fórmulas para aclarar su vacío metafísico y su abismo existencial: el horror de Martí, la angustia dolorida de Casal, el fracaso vital de Silva, el abismo de las galerías de A. Machado, la hiperestesia de J.R. Jiménez y hasta las dudas de Unamuno . 
 
A la vez, el fondo ideológico liberal de muchos de los modernistas les lleva a iniciarse en la masonería6.

Las referencias a la condición masónica de Darío son escasas y dispersas, aunque todas parten del relato de la iniciación masónica del poeta escrito por Dionisio Martínez Sanz, masón español nacionalizado nicaragüense que intervino en aquella ceremonia.
 
 Hemos localizado también algunos discursos de masones centroamericanos donde se menciona a Darío y de los que daremos cuenta seguidamente. 
 
En lo que constituye una crítica literaria sobre la cuestión, hay puntuales menciones sobre lo ocultista en los libros de Anderson Imbert o Paz y sobre lo masónico en Torres, Ingwersen o Bourne. 
 
Pero la cuestión sólo ha sido tratada de manera directa, aunque parcial, por Lagos, Mantero y quien esto escribe. 
 
De ahí que estas páginas resulten necesaria ampliación de lo ya hecho. Con todo, debe advertirse que el papel y presencia de la masonería en Darío y el modernismo, incluida su implicación con el liberalismo y la espiritualidad finisecular, requieren de un libro de conjunto todavía por escribirse7
 
Dionisio Martínez Sanz certificó la iniciación masónica dariana celebrada el 24 de enero de 1908 en la Logia Progreso # 1 (antes # 16) de la ciudad de Managua en Nicaragua. 
 
Al testimonio presencial, cabe añadir el hecho de que el nombre de Darío aparezca mencionado junto al de otros masones célebres en diferentes historias generales de la masonería hispanoamericana y en otras particularmente argentinas como la de Lappas, masón griego afincado en Argentina, reeditada desde 1958. 
 
Lo mismo indica el hecho de que entre los masones centroamericanos se reconoce a Darío como hermano de la orden, según prueba el hecho de que la revista masónica nicaragüense Milenio sacara una edición especial en el año 2002, en cuya portada aparecía el retrato de Darío. 
 
Lo mismo prueba el que el 3 de diciembre de 1967 se fundara una logia masónica en León de Nicaragua con el nombre del poeta, «Logia Rubén Darío #13».

De acuerdo con el portal “buscabiografias.com”, en 1886 Darío publicó su primer gran título “Azul”, libro que llamó la atención de la crítica. De regresó a Managua se casó con Rafaela Contreras en 1891 y 15 meses después nació su primer hijo, pero en 1893 falleció su esposa.

Para 1890, el poeta escapó de los estrechos ambientes intelectuales, donde no fue reconocido como artista. Poco a poco se hundió en la embriaguez y se vio obligado a casarse con Rosario Emelina Murillo, quien lo sorprendió en honesto comercio amoroso.

Vivió perseguido por su esposa, aunque pronto Rubén conoció a Francisca Sánchez, una criada analfabeta de la casa del poeta Villaespesa. Con ella viajó a París. 
 
Fue cónsul de Colombia en Buenos Aires, adoptó Madrid como su segunda residencia cuando fue enviado por “La Nación”.

Posteriormente, tuvo un hijo con Francisca y vivió con ella el resto de sus días. Rubén Darío se convirtió en poeta de éxito en Europa y América, fue nombrado representante diplomático de Nicaragua en Madrid en 1907.

El autor viajó por Italia, Inglaterra, Bélgica, Barcelona, Mallorca y escribió “Cantos de vida y esperanza” (1905), “El canto errante” (1907), “El poema de otoño” (1910), “El oro de Mallorca” (1913). Por otra parte, nunca alcanzó una "buena posición social".

En París, conoció a los poetas parnasianos y simbolistas. Sawa, un pobre bohemio, viejo y ciego le reclamó a Rubén 400 pesetas, a fin de publicar “Iluminaciones en la sombra”, la obra más valiosa de aquel hombre, pero el poeta no contaba con dinero para prestarle.

Al final, Darío a petición de la viuda de Alejandro Sawa, prologó enternecido al extraño libro póstumo de ese "gran bohemio" que "hablaba en libro" y "era gallardamente teatral", pues al final de su vida, el autor no pudo favorecer a sus amigos más que con su pluma.

No obstante, ganó reconocimiento de la mayoría de los escritores contemporáneos en lengua española y la obligada gratitud de todos. En 1916, tras regresar a su Nicaragua natal, Rubén Darío falleció el 6 de febrero de 1916.

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