El 17 de diciembre, era medio dia, Cuba y Washington anunciaron la voluntad de mejorar las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, con la mediación del Vaticano y Canadá, según el propio Presidente Raúl Castro.
Liberar a los heroes antiterroristas presos injustamente en Estados Unidos y Cuba a cambio liberó a dos espias, preos por atentar contra la revolución cubana y discutir temas en un ambiente de mutuos respetos y colaboración en beneficio de nuestros pueblos, dijeron funcionarios de ambos países entre ellos Barack Obama y Raúl Castro
En estos hechos trascendentales para estados Unidos y Cuba, para el mundo entero, sólo Israel queda ahorapor decidir su pocisión de "condenar a Cuba", su aliado Estados Unidos, los dejo solo, pero el camino para llegar a esto no es simple, paso por esto, según esta nnota
Por Elier Ramírez
Aunque todavía veo lejano el día en que los EE.UU. levanten el bloqueoeconómico, comercial y financiero a Cuba—piedra angular de su política hacia la Isla— y se produzca una “normalización” de las relaciones entre ambos países, considero que nuestro país debe prepararse con prontitud para ese escenario, pues nuestra propia historia nos ha obligado a poseer más experiencia y capacidad para responder a las políticas agresivas de los EE.UU., que a una política que se proponga lograr los mismos objetivos por vías del acercamiento y el intercambio cultural, económico y político entre ambas sociedades, sin ningún tipo de restricción.
No es difícil advertir que ese es ya un camino inexorable, y que en un futuro, la batalla de los EE.UU. contra Cuba será en el terreno ideológico y cultural —entendiendo la cultura en su concepto más amplio, especialmente en lo que se refiere a las costumbres, los valores, los modos de vida y las mentalidades—, más que en el económico. Sobre este tema expresó en 1992 nuestro Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz: “Tal vez nosotros estamos más preparados incluso, porque hemos aprendido a hacerlo durante más de 30 años, para enfrentar una política de agresión, que para enfrentar una política de paz; pero no le tememos a una política de paz. Por una cuestión de principio no nos opondríamos a una política de paz, o a una política de coexistencia pacífica entre EE.UU. y nosotros; y no tendríamos ese temor, o no sería correcto, o no tendríamos derecho a rechazar una política de paz porque pudiera resultar más eficaz como instrumento para la influencia de EE.UU. y para tratar de neutralizar la Revolución, para tratar de debilitarla y para tratar de erradicar las ideas revolucionaras en Cuba”.1
Cuando digo que debemos prepararnos con celeridad para una coyuntura hipotética como esa, es porque cada día se observa más a lo interno de la sociedad estadounidense un consenso mayoritario sobre la necesidad de un cambio profundo —aunque no siempre de esencias— en la política de los EE.UU. hacia Cuba, pues todos los instrumentos utilizados por más de 50 años no han dado los resultados esperados, sino todo lo contrario, han resultado contraproducentes, y en la actualidad, afectan los propios intereses nacionales de los EE.UU. Sobre todo en su aspiración de reconstruir una nueva relación con América Latina y el Caribe, donde Cuba tiene un reconocimiento y presencia indudable. Prueba de ello es que hoy ocupa la presidencia pro tempore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), algo imposible de soñar años atrás. También muchos de los gobiernos latinoamericanos y caribeños han manifestado que no puede haber otra Cumbre de las Américas sin la presencia de la Isla, entre ellos algunos de los principales socios de los EE.UU. en la región, como es el caso de Colombia. En un interesante ensayo, el investigador estadounidense William Leogrande, explica que, si por años muchos países de la región no ponían en riesgo sus relaciones bilaterales con Washington por el tema Cuba —haciendo que los EE.UU. consideraran sus críticas más simbólicas que sustantivas—, ahora se observa que la frustración de Latinoamérica con la política de los EE.UU. hacia Cuba —unido a otros temas—, sí constituye un verdadero problema para las relaciones de Washington con el hemisferio.2
Asimismo, han crecido a lo interno de los EE.UU. los reclamos de diversos tanques pensantes, del gremio agrícola, agroindustrial y petrolero, del sector de los viajes, la Cámara de Comercio, líderes religiosos, miembros del Congreso y de la sociedad civil en general a favor de la flexibilización de las regulaciones al comercio y la eliminación de las prohibiciones a los viajes. Ex presidentes de los EE.UU. como Jimmy Carter y William Clinton se han manifestado contra el bloqueo.3 Pero es que hasta Barack Obama, antes de ser presidente, exactamente en el año 2004, se pronunció contra el bloqueo a Cuba, expresando que no había logrado elevar los niveles de vida, que había apretado a los inocentes y que era hora de reconocer que esa política en particular había fracasado.4 Claro, no es lo mismo decir eso desde fuera de la Casa Blanca que una vez en ella, cuando tiene que enfrentarse a toda la maquinaria del sistema y a poderosos intereses. Numerosas encuestas realizadas en los últimos años también reflejan que el mayor porciento de la sociedad estadounidense está a favor del levantamiento del bloqueo a Cuba y del establecimiento de relaciones diplomáticas plenas con la Isla.5Téngase en cuenta que la política de bloqueo entra en contradicción con importantes principios y valores de la sociedad norteamericana, como es el liberalismo, tanto en el plano económico como en el político.
Y es que en la actualidad dentro de los propios círculos de poder de Washington muchos coinciden en el criterio de que, en su política agresiva contra Cuba, los EE.UU. lo único que han logrado es que su capacidad de influir en los destinos de la Isla sea cada vez más limitada; que sus empresas y hombres de negocios pierdan significativas oportunidades en el mercado cubano frente a otros competidores externos; y que lejos de aislar a Cuba de América Latina y del mundo, resulta que hoy es EE.UU. el que ha quedado aislado en su política, creándole cada vez mayores desencuentros diplomáticos, no solo con los países del área, sino también con algunos de sus principales aliados en el resto del mundo.
Año tras año, EE.UU. sufre su mayor derrota diplomática en Naciones Unidas, cuando prácticamente todos los países del orbe votan la resolución que condena el bloqueo a Cuba. En el estrato militar de la gran potencia también se han alzado voces señalando que Cuba no constituye un peligro para la seguridad nacional de los EE.UU. y que, por el contrario, mantener el bloqueo y las acciones de subversión contra la Isla, puede resultar peligroso para la seguridad nacional de ese país en el terreno migratorio, debido al descontento y las privaciones materiales que provoca esa política agresiva en el entramado social cubano, al tiempo que dificulta una mayor colaboración con las autoridades cubanas en el enfrentamiento al narcotráfico, los desastres naturales, el terrorismo y el tráfico de personas.
En febrero de 2013, un informe del Cuban Study Grup, organización que se reconoce como ONG, integrada por empresarios, intelectuales y activistas políticos cubanoamericanos, que se identifican con una “línea más moderada” en la relación con Cuba, señalaba: “La codificación del embargo de EE.UU. contra Cuba no ha logrado cumplir con los objetivos establecidos en la Ley Helms-Burton de lograr un cambio de régimen y la restauración de la democracia en Cuba. El continuar ignorando esta verdad evidente no sólo es contraproducente para los intereses de los EE.UU., sino que es también cada vez más perjudicial para la sociedad civil cubana, incluyendo más de 400 000 cuentapropistas privados, ya que coloca la carga de estas sanciones directamente sobre sus hombros”.6
Puede verse en este análisis un desacuerdo total con la política de bloqueo y con las leyes que regula este, sin que por ello sus recomendaciones entren en contradicción con los propósitos históricos de los distintos gobiernos estadounidenses del “cambio de régimen” en Cuba. Su esperanza en este caso para una transición hacia el capitalismo en Cuba está en el auge del sector privado, frente al cual el bloqueo se convierte en un poderoso obstáculo, por lo que recomiendan su eliminación.
La idea de que, el levantamiento del bloqueo y el establecimiento de los más variados y estrechos vínculos económicos, políticos y culturales entre la sociedad cubana y la estadounidense —con algunos componentes del llamado carril II de la Ley Toricelli—, es lo que verdaderamente puede llevar al “cambio de régimen” en Cuba, no es algo surgido en el contexto actual. En la década del 70 este juicio se hizo también notorio dentro de algunos círculos de poder de los EE.UU., fundamentalmente en el período presidencial de Jimmy Carter (1977-1981). “Sentía entonces, como ahora, que la mejor vía para lograr un cambio en el régimen comunista cubano era el restablecimiento del comercio, las visitas y las relaciones diplomáticas”,7 señaló el ex presidente demócrata, en una entrevista concedida en el 2004 a los investigadores estadounidenses Peter Kornbluh y William Leogrande.
El 17 de junio de 1980, Robert Pastor, asistente para América Latina del Consejo de Seguridad Nacional, y Peter Tarnoff, secretario ejecutivo del Departamento de Estado, quienes participaron en varias conversaciones con las autoridades cubanas y con el propio Fidel Castro, escribieron a Carter: “Aunque incluso un levantamiento parcial del embargo es imposible por el momento, debemos reconocer el efecto que podría tener con el tiempo, no sobre las actitudes de Castro sino sobre el entramado de la sociedad cubana. El regreso durante el último año de 100 000 cubanos-americanos para realizar visitas breves puso a Cuba en contacto con el magnetismo económico y cultural de los EE.UU. y probablemente tuvo un efecto mayor en cuanto a abrir a Cuba que cualquier otra cosa hecha antes por los EE.UU. Levantar el embargo y abrir Cuba a las empresas y los contactos estadounidenses no podrían dejar de afectar al régimen de Castro”.8
El propio Robert Pastor declararía en una entrevista en el 2009: “Las relaciones normales entre Washington y La Habana podrían hundir a Cuba”.9
Resulta oportuno aclarar aquí que Carter, aunque ha sido hasta hoy el único presidente de los EE.UU. en ordenar por directiva presidencial el intento de una normalización de las relaciones con Cuba y el que más avanzó en ese camino,10 no renunció en ningún momento al “cambio de régimen”. La diferencia de Carter —también se vio en el período de Gerald Ford— es que invirtió el orden de la ecuación en la estrategia hacia Cuba: limitación del activismo internacional de Cuba-distanciamiento paulatino de la “órbita soviética”-normalización de las relaciones-cambio de régimen, mientras el resto de las administraciones pusieron el “cambio de régimen” como condición primaria antes de producirse una normalización plena de las relaciones diplomáticas con la Isla.11 Fue también durante la etapa de Carter, después de creadas las Oficinas de Intereses en ambas capitales, que su sección en La Habana comenzó una intensa labor subversiva en la Isla.12Ya entre 1978-1979 se registraban acciones de reclutamiento de contrarrevolucionarios por parte de los funcionarios de la SINA con el objetivo de fomentar la oposición interna.13 Tanto fue así que en 1987 fueron denunciados por los medios de difusión de Cuba las actividades de varios oficiales de la CIA nombrados durante la etapa de Carter que estaban realizando actividades subversivas y de espionaje en nuestro país, con fachadas de diplomáticos, en abierta violación de la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas.14 La SINA ha continuado esas actividades hasta el día de hoy y de manera más desvergonzada.
Como hemos dicho, desde ciertos enfoques de los tanques pensantes estadounidenses, la política de aislamiento político y de bloqueo económico es contraproducente, en tanto limita la capacidad de influencia mediante los denominados “instrumentos blandos”. Una interpretación de este tipo afirmaba en los años 90: “Los activos más poderosos de los EE.UU. para influir en el resto del mundo son su filosofía y las instituciones libres, las ideas del gobierno limitado y la libre empresa (…) Estos factores aseguran la influencia de la Nación, con independencia del número y lugar de despliegue de sus soldados. Los EE.UU. pueden mejor influir en otros medios privados —el comercio, la cultura, la literatura, los viajes y cosas como esas”.15
Ya que no es mi intención ser absoluto, y está claro que los EE.UU. no funcionan en la conformación de su política exterior como un actor racional único, habría que decir que no todos los que se pronuncian por un cambio en la política hacia Cuba, dentro de los círculos de poder de los EE.UU., lo hacen pensando en el “cambio de régimen”. Una corriente minoritaria está de acuerdo con aceptar la Isla socialista a 90 millas de sus costas, aunque el socialismo no les guste para nada. También es cierto que todo lo proveniente de los EE.UU. no debe ser visto como propiamente subversivo, pues esa mentalidad puede afectar las relaciones con ese sector minoritario y honesto, que aspira realmente a un entendimiento con Cuba. Aunque me parece ingenuo pensar que detrás de cada medida tomada por la administración Obama en relación con Cuba no hay estrategia articulada.
De cualquier manera, como ha hecho Cuba hasta hoy, la política es no cerrarse a los intercambios y acercamientos con la sociedad estadounidense, pues como ya se ha demostrado en múltiples ocasiones, estos también pueden ser aprovechados con inteligencia por Cuba para hacer avanzar sus intereses. Las visitas de la comunidad y los intercambios académicos, culturales, deportivos y científicos, deben verse como pasos positivos —aunque no suficientes—, e incluso estimularse, pero sin dejar de criticar y desnudar el uso que la administración Obama quiere hacer de ellos en su estrategia contra Cuba.
Mas surge entonces una pregunta lógica: ¿por qué Barack Obama, al acceder a la Casa Blanca en el 2009, no siguió la estrategia del levantamiento del bloqueo y la normalización de las relaciones, cuando parecía ser la más inteligente para los propósitos norteamericanos, y contaba además con un amplio capital político de respaldo para hacerlo?
Mi hipótesis es que Obama y sus asesores tomaron en cuenta por encima de todo la variable interna de Cuba. Consideraron que las vulnerabilidades económicas, políticas y sociales que presentaba Cuba y la no presencia de Fidel Castro en la presidencia del país, ofrecían cierta oportunidad para acabar de lograr el objetivo perseguido por todas las administraciones anteriores con relación a la Isla. También pueden haber manejado la llamada idea de la “evolución biológica”: “si hemos luchado con tanta determinación contra el régimen de Castro durante 50 años, qué nos cuesta esperar entonces unos pocos años más, a que Fidel y Raúl no estén en el poder y negociamos entonces con los que vengan detrás, supuestamente más dóciles a llevar adelante la ‘transición hacia la democracia’”. Este aserto puede haber tomado mayor peso debido a la difícil situación tanto en el plano interno como externo que enfrentó Obama al arribar a la presidencia. Situación que hacía que el tema Cuba no fuera de una prioridad tal que llevara al presidente a gastar capital político —el cual iba a necesitar para otros temas de mayor urgencia— en una lucha por hacer cambios más significativos en la política hacia Cuba, que lo hubieran llevado a enfrentarse a los congresistas de extrema derecha de la comunidad cubana en los EE.UU.
De esta manera, Obama y sus asesores escogieron en ese momento el camino que pensaron era más inteligente en sus objetivos por destruir la Revolución cubana en un lapso de tiempo más reducido, utilizando el bloqueo como herramienta para ejercer presión política sobre Cuba. También, haciendo un análisis del contexto de la realidad interna de los EE.UU., del entorno internacional y de la dinámica interna de la sociedad cubana en el 2009, es lógico pensar que hayan preferido seguir la “ley del menor esfuerzo”, buscando maximizar los resultados en la política hacia Cuba, al menor costo posible.
El profesor Esteban Morales ha explicado de manera brillante la estrategia adoptada por la administración Obama, la cual considero aún se mantiene. En su trabajo “Una hipótesis sobre la estrategia de Obama hacia Cuba”, Morales explica cómo el presidente demócrata divide el bloqueo en dos: por un lado, flexibiliza aquellas medidas que afectan directamente al ciudadano común, con la intención de contribuir a ir borrando la imagen negativa que del imperialismo estadounidense tiene la mayoría de la población cubana;16 por otro, mantiene intactas e incluso aumenta la aplicación y control de todas las regulaciones del bloqueo que afectan al gobierno cubano, dificultándole a este la capacidad de respuestas efectivas a la política subversiva de los EE.UU.17 De ahí que, la administración Obama ha sido mucho más agresiva que la de Bush en la persecución y las sanciones a aquellas empresas y bancos que comercian o hacen transacciones financieras con Cuba, burlando las regulaciones del bloqueo. Tampoco ha hecho nada por levantar la prohibición de los viajes de placer a los ciudadanos norteamericanos. Como ha advertido Esteban Morales, lo que afecta al Gobierno cubano también afecta a sus ciudadanos, pero esta afectación es indirecta y pasa por múltiples mediaciones.
Así, la administración Obama pretende establecer una cuña divisoria entre pueblo y gobierno, fabricando la imagen de que aplica políticas diferentes en cado caso. El investigador cubano Alfredo Prieto lo ve de la siguiente manera: “¿Bombardear la isla? Sí, pero con jeans y Mc Donald´s, es una formulación frecuente en el discurso político y mediático norteamericano, sobre todo en las huestes demócratas (los republicanos suelen ser más musculosos). La permanencia del bloqueo comercial lo hace por lo pronto imposible, pero en su lugar se acude a viajes, remesas y contactos con la finalidad de subvertir al enemigo en el entendido de que el choque con los “valores norteamericanos” —democracia, libre empresa, tecnología e información— minarán su estabilidad en tiempos de crisis y acelerarán su derrumbe”.18
Ello se aplica perfectamente a las palabras de Hilary Clinton el 13 de enero de 2009, durante la audiencia en el Congreso para confirmarla al frente de la secretaría de Estado: “El presidente electo tiene intención de suprimir las restricciones para viajes familiares y las remesas. Él considera, y yo entiendo que es lo más inteligente, que los “cubanoamericanos”, son los mejores embajadores de la democracia, la libertad y la economía de la libre empresa. En la medida que ellos puedan viajar a Cuba para ver a sus familiares, ejercerán una influencia en relación con los fracasos del régimen de Castro, la represión, la negación de las libertades políticas, los prisioneros políticos y todas las acciones desafortunadas que se han realizado para reprimir al pueblo cubano”.
Como cada administración impone algún sello en la política hacia Cuba, la actual se ha caracterizado por la instrumentalización que ha hecho del bloqueo —jugando hábilmente con la vieja política del garrote y la zanahoria—, así como los nuevos componentes de su labor subversiva, haciendo énfasis en el uso de las nuevas tecnologías y en el trabajo dirigido a determinados sectores de la sociedad cubana: jóvenes, negros, homosexuales, religiosos, blogueros, mujeres, cuentapropistas, intelectuales y artistas, y el provecho que intenta sacar de temas que son debatidos hoy en nuestra sociedad como la racialidad, el género, el uso de Internet, la diversidad sexual y la participación comunitaria, insertando mensajes subversivos y fomentando la división. También se ha distinguido por el ofrecimiento —con financiamiento del gobierno estadounidense— de becas de “liderazgo” y “cambio político” a jóvenes cubanos, bajo la obligatoria condición de su regreso a Cuba para servir de agentes del cambio, aunque este programa es global y no está dirigido solo a Cuba.
Las medidas tomadas por Obama sobre los viajes, las remesas, los paquetes y los servicios de telecomunicaciones, si bien pueden calificarse de positivas para una mejor relación entre ambos países, no constituyen en su esencia una rectificación de una política agresiva, sino más bien parte de la estrategia subversiva de la administración Obama contra Cuba a través de los “métodos blandos” o del “soft power”. No es una estrategia encubierta, sino declarada abiertamente, quizá también por la necesidad de justificarla ante los ojos de los sectores de extrema derecha y del llamado “exilio histórico”. Ello se puede demostrar con solo citar varias declaraciones de Obama y de otras autoridades, instituciones y tanques pensantes de los EE.UU. En ellas se pueden encontrar ideas como: “hacer que la gente dependa cada vez menos del gobierno”, “los cubanoamericanos serán nuestros principales embajadores de la libertad”, “necesidad de crear agentes de cambio”, “romper el bloqueo informativo”, “apoyar la sociedad civil en Cuba”, entre otras. El 8 de agosto de 2011, el presidente Obama fue muy claro en ese sentido cuando señaló en un encuentro con la prensa hispana en la Casa Blanca, que su política hacia Cuba tenía el apoyo de los cubanoamericanos y “beneficia al pueblo cubano, no al régimen”.19
Al mismo tiempo que el bloqueo es manejado de forma más inteligente para que cumpla con los fines subversivos propuestos, la administración Obama repite el mismo error de los gobiernos estadounidenses anteriores, al utilizar el bloqueo como su principal carta de negociación, presionando a Cuba para que cambie su sistema político interno y lo ajuste al “modelo de democracia estadounidense”. Está demostrado históricamente que la dirección de la Revolución cubana no actúa bajo presiones externas y que, sin embargo, siempre ha estado abierta al diálogo respetuoso y en igualdad de condiciones, sin la menor sombra a la soberanía de la Isla. Obama no debiera renunciar a las lecciones que le ofrecen los últimos 50 años de las relaciones EE.UU.-Cuba.20
Sin embargo, la Revolución cubana, bajo la guía de Raúl Castro, a pesar de la difícil coyuntura por la que aún atraviesa y los innumerables problemas a resolver, ha ido saliendo adelante más rápido de lo que quizá muchos imaginaron. A pesar de que la administración Obama ha sido muy osada en el manejo de la realidad cubana, ya se puede vislumbrar que en menos de cuatro años, Obama pasará a ser el onceno presidente de los EE.UU. en fracasar en su política de “cambio de régimen” hacia la Isla.
Por otra parte, los pretextos para mantener esa absurda política son cada día menos creíbles, por mucho que el gobierno norteamericano se esfuerce en promoverlos a través de sus campañas mediáticas. Mantener a Cuba en la lista de países terroristas es algo en lo que estoy seguro, ni el mismo Obama cree. Cuba ha dado pasos importantes por su propia voluntad y sin contar para nada con los EE.UU., haciendo gala de su soberanía y capacidad de construir un socialismo mejor, próspero y sustentable.
En el 2010 fueron liberados por Cuba más de 300 prisioneros contrarrevolucionarios después de una negociación con la Iglesia Católica; la actualización del modelo económico avanza sin prisa, pero sin pausa; miles de cubanos laboran hoy en el sector cuentapropista; se han eliminado numerosas prohibiciones absurdas; la reforma migratoria fue profunda y flexible en beneficio de todos los cubanos que viven dentro y fuera de la Isla; el servicio de Internet crece y la perspectiva es que su oferta llegue a las casas de todos los cubanos. Muchos de estos temas fueron planteados por Obama a inicios de su mandato como necesarios para avanzar con resolución hacia un nuevo comienzo con Cuba. Sin embargo, eso no ha sucedido y mientras siguen apareciendo nuevos pretextos. Durante buena parte del 2011 y el 2012, las relaciones entre EE.UU. y Cuba estuvieron estancadas, pues el gobierno estadounidense planteó que no podía avanzar hacia una mejor relación con Cuba mientras el ciudadano norteamericano Alan Gross estuviera preso en la Isla. Gross fue detenido a finales del 2009, cuando cumplía misiones de la USAID —tapadera de la CIA— violando algunas leyes cubanas, por lo que fue condenado a 15 años de cárcel.
Las autoridades cubanas han declarado en varias oportunidades su disposición a encontrarle una solución humanitaria al caso de Gross, siempre que de manera recíproca se analice la situación de los antiterroristas y héroes cubanos Fernando González, Antonio Guerrero, Ramón Labañino y Gerardo Hernández, que llevan ya más de 15 años presos injustamente en los EE.UU. El gobierno norteamericano se ha negado a aceptar este ofrecimiento. Tampoco ha respondido la propuesta de agenda cubana, con los temas que serían claves para nuestro país en un proceso de diálogo serio con los EE.UU.21 Además de la liberación de los antiterroristas cubanos, presos en cárceles estadounidenses, la agenda comprende los siguientes temas:
- Levantamiento del bloqueo económico, comercial y financiero.
- Exclusión de Cuba de la lista de Estados patrocinadores del terrorismo.
- Abrogación de la Ley de Ajuste Cubano y la política de “pies secos-pies mojados”.
- Devolución del territorio ocupado por la Base Naval de Guantánamo
- Fin de la agresión radial y televisiva contra Cuba.
- Cese del financiamiento a la contrarrevolución y a la subversión interna.
- Compensación a Cuba por los daños del bloqueo y las agresiones
- Restitución de los fondos congelados robados.
Por todas las razones antes expuestas, se puede concluir que hasta ahora, pese a las expectativas que se crearon con su arribo a la Casa Blanca, la administración Obama ha quedado por detrás de lo que en su momento hizo la administración Carter con relación a una mejoría de las relaciones con Cuba.
Entretanto, Cuba sigue mostrando su interés y disposición —como se ha evidenciado en numerosos discursos del General de Ejército, Raúl Castro Ruz— a sentarse en la mesa de conversaciones con los EE.UU., sin condicionamientos y sobre la base de los principios de igualdad, reciprocidad, no injerencia en los asuntos internos y el más absoluto respeto a la independencia y la soberanía. En mi opinión, esa es la línea más correcta, pues si bien no podemos aspirar a que el gobierno de los EE.UU. renuncie a sus propósitos y aspiraciones con relación al destino de Cuba —eso sería como pedirle peras al olmo—, al menos sí podemos abogar por un escenario en el que se abandonen los instrumentos de la agresividad clásica que ha caracterizado la política de los EE.UU. hacia Cuba y se avance hacia un modus vivendi entre adversarios ideológicos.
La designación de Jonh Kerry como secretario de Estado, y de Chuck Hagel como secretario de Defensa, ambos partidarios de una política más edulcorada hacia Cuba, ha despertado ciertas esperanzas de que en este segundo período presidencial de Obama, puedan tomarse algunas nuevas medidas y gestos que representen una mejoría de las relaciones entre ambos países. No dudo que así sea —ya se han visto ligeras señales—, pero en mi criterio no habrá cambios sustanciales en el diseño de política que esta administración ha seguido con Cuba. Ojalá me equivoque.
Es difícil pronosticar qué sucederá cuando la nueva administración, sea demócrata o republicana, arribe a la Casa Blanca en enero del 2017, pero la tendencia que se observa es que el bloqueo económico contra Cuba dejará en algún momento de ser el instrumento principal de la política de los EE.UU. hacia Cuba. La rapidez de su levantamiento responderá principalmente a la fortaleza interna que vaya mostrando la Isla en la medida que avance la actualización de su modelo económico y social. Aunque también de que se mantenga la presión de los países de América Latina y el Caribe sobre los EE.UU., exigiéndole cambios reales en la política hacia la Isla. Esta presión está demostrando que puede dejar de ser simbólica y pasar a ser decisiva.
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